En la batalla de Bailén (1808) el general Castaños infligió la primera gran derrota al ejército napoleónico, al mando del general Dupont. Tras la derrota, un total de 10.000 prisioneros franceses fueron obligados a recorrer a pie la distancia que separaba Bailén de Cádiz. En el trayecto, muchos mueren a manos de los aldeanos que profesan en aquellas tierras un odio visceral hacia ellos. Los soldados españoles e ingleses, no hacen mucho para protegerlos y, garrotazos y pedradas merman el número de los prisioneros que llegan a Cádiz. Permanecieron meses en Cádiz hacinados en los muelles, en las mazmorras de los barcos y en los pontones flotantes, repartidos por los pueblos de la bahía. La falta de higiene y la mala alimentación acaban también con muchos de ellos
Durante algún tiempo, la promesa de que iban a ser devueltos a Francia les hacía vivir con valentía aquellos terribles días. Sin embargo, y tras una decisión impuesta por los ingleses, siempre temerosos a que pudieran volver a alistarse una vez en tierras francesas, empezaron a embarcarlos hacía Mallorca con el apoyo del gobernador de Cádiz. Más de siete mil soldados, salieron de aguas gaditanas. Mallorca no los acepto, ni tampoco los ingleses que se encontraban en Menorca. Solo quedaba la posibilidad de una isla desierta, la isla de Cabrera. En el verano de 1808, los siete mil presos franceses que han sobrevivido desde su captura, son desembarcados y abandonados a su suerte en el islote, cárcel natural, donde las abruptas costas y la lejanía de las islas colindantes hacen prácticamente imposible la fuga. Allí vivieron en una situación lamentable, confinados en un territorio hostil, abandonados a su suerte sin recursos, sin sustento sin agua, sin ropa y sin lugar donde guarecerse más que algunas cuevas. A penas a media hora en barco de Mallorca, era imposible hacer el trayecto a nado por lo peligroso de las corrientes. Los pocos recursos de la isla se agotan con prontitud. Los soldados ingleses, que vigilan constantemente desde un navío a los presos, llevan cada cuatro días provisiones para su sustento. Pero las raciones no dan para todos y se desatan los más bajos instintos. Pronto desaparecen todos los animales susceptibles de ser comidos. Cabras, conejos y todo tipo de insectos y reptiles son cazados en apenas unos meses. De aquí se pasa a comer plantas y tubérculos, algunos de ellos tremendamente venenosos, como la patata de Cabrera, que provoca la muerte a decenas de personas. Las enfermedades contagiosas proliferan entre los franceses y los ataques de locura llevan unidos con el hambre voraz, desembocan en casos de antropofágia y canibalismo.
Sólo sobrevivieron unos 3.500, los únicos que fueron liberados el 16 de Mayo de 1814.
Se organizaron así:
- Los “Robinsones” que trataban de sobrevivir con los pocos recursos que sacaban del mar y las provisiones que traían las chalupas.
- Los locos y enfermos que son obligados a vivir en la cueva de los Tártaros, y que debido a la falta de alimento recurrían al canibalismo.
- Las mujeres, una veintena, se prostituían a cambio de comida.
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